domingo, febrero 25, 2007

Los amantes (René Magritt)


    Continuemos...
    Hace frío en la plaza en esta tarde de Octubre,
    el viento ha dejado sin hojas las copas de los árboles.
      Imagina la memoria como una hierba inocente,
      una esfera de luz en el pie que se desliza en el agua.
      Imagina que la noche disecciona el lado del cerebro
      donde guardamos las bestias que una vez nos vencieron
          Hace frío en la plaza y huye la lógica y la voz,
        la más honda voz que se ahoga en lo incierto.
        Hace frío en estas calles de plástico
        y el vaho de los largos reptiles sube cerrando los ojos
          de los blancos mendigos.

        sábado, febrero 24, 2007

        La escuela de la tarde ( Gerrit Dou)




        Hoy quiero dar las gracias por todo lo aprendido.
        He aprendido que una mano en el hombro no es más que un gesto.
        Que no hay espacio más carnicero que aquel que destruyeel blanco pañuelo de una niña.

        Que una mujer puede ser durante mucho tiempo la loca de la casa,
        la razón del gesto y que puede llorar durante muchos años,
        ingenuamente,el plomizo tamaño de unas manos y seguir esperando
        durante otros tantos años a que esas manos se hagan tibias, fieles
        y dejen de alimentar la angustia,
        la falsedad, el cansancio.

        Pero hay manos tuberculosas que nunca curan.

        He aprendido de todos los que una vez santificaron mi cansancio,
        poniendo el dudoso lastre de su propio teatro a mi disposición
        y que vertieron con arrogante indiferencia
        su universo de palabras altivas sobre las esquinas
        de mis horas.

        He aprendido que beber de manantiales prohibidos puede llevarte a ser
        una mujer marcada y es indiferente que haya sido por justa venganza,
        o por que el espejo te condujo a casas con ventanas azules
        o por que el silencio y el tiempo miró tu piel
        y en el frío eterno de la noche, quisiste saber
        si aún tu cintura y tu alma existían.

        Y me fue concedido el placer de gozar de otros ojos, de otras manos,
        como una recién nacida que llora grave su alimento diario
        y por ello, fui lapidada por hombres con idiomas distintos al mío.

        He aprendido que no hay suficiente universo para esconder la memoria.
        Que es mejor morir en una celda que vivir gobernada por las máscaras.

        Que las palabras pueden asesinar la risa.
        Que los espíritus nobles tienen la cara cubierta
        con un velo de muerte.

        He aprendido del domador de palabras que cree vencer a la montaña
        y que sólo puede mancharla con su tinta y no comprende
        que no hay forma de quitarse de las ropas este horrible olor
        a matadero.

        Y sin embargo, entre tanta resistencia y a pesar de todos, aún soy capaz
        de abrir los ojos e iluminarlos al divisar la entrada lenta y fabulosa
        de un tren de cercanías, haya en el extrarradio.

        Y aún y hasta no sé qué tiempo y sin vosotros, soy capaz de llorar
        sin descanso y sin vergüenza por mi vida y por las vuestras.
        Por la visión descarnada de un niño muerto sobre una dura tabla de acero.
        Por el violáceo amanecer de todos los días.

        O por el miedo a volverme ciega.

        miércoles, febrero 21, 2007


        En la noche, desentarrando sombras,
        turbias en el agua, rubias en los pies,
        he regresado a ese lugar hermoso
        al que nunca he de volver.
        En la noche, he vuelto a cerrar el libro,
        apurado el licor, trazado el último
        dibujo, guardado la última semilla,
        en una pequeña cajita de cedro.
        Y he tirado la llave,
        al cristalino fondo
        del lago donde anida
        la media luna,
        o el tiempo que envejece junto a mí.

        viernes, febrero 16, 2007

        Jacek Yerka













          Hace tiempo que desnuda...


          desnuda y con las preguntas por debajo de la Roca...

          Junto a las escaleras,trato de separar la huella del nido
          de la hondura de los pájaros.


          Nos esperan las criaturas de nadie, las cenizas de todos,
          el manantial de los propósitos,
          el significado de una mancha verdosa
          en el fondo de la lengua
          pidiéndonos un rostro.

          Nos piden la palabra,
          acunados entre un muro de cristal
          y el suave descenso del tiempo entre los pastos.

          En fila, como minúsculas hormigas uniformadas,
          acercamos la sal a la piel, la piedra a la pobreza,
          para no vernos sumergidos en el pulso,
          en su costumbre de calor de carne en éxtasis.

          Nos han dejado a oscuras nada más nacer,
          nos han dejado en el error de ser el milagro de la vida,
          en el ostentoso triángulo de las cimas,
          en el rejuvenecimiento del futuro
          y en las manos el olor a dioses muertos
          confundidos con la tierra.

          ¿En qué ilusión nos condenan?

          Puede con nosotros este bullicio de oro
          que oprime los cartílagos y vacía
          las cuencas de los ojos.

          Puede la tumba que nos llora su cordillera de huesos,
          el licor amargo abrigando los labios.

          Nos llevan por la luz de las certezas
          y toda nuestra piel se volverá cemento
          y ya no habrá forma de volver a desclavar
          las antiguas raíces de la madera.

          Ahora es negro vuestro óvalo bajo mi blusa.


        Gracias a Marce a Maria y dos veces gracias a Inma.

        sábado, febrero 10, 2007

        Paul Delvaux


        Fósforo a fósforo en la oscuridad,
        lágrima a lágrima en la polvareda.
        Cesar Vallejo.
        VII
        Un movimiento brusco.
        Se abre la espalda.
        El tren,
        reptil dificultoso y prudente
        acomoda su corazón a mío
        como un niño camino del sueño.
        Una lámina diminuta y geométrica astilla el aire.
        Flota el humo en el papel escrito,
        abandonado de manera absurda en la mesilla de noche.

        Llora su frente viscosa en mitad de un duelo
        de sílabas almidonadas.
        Si abro la ventana aún podría despertarme las garras
        y los zarpazos de tu mirada aún podrían poner distancia
        entre el viento y los despojos de esta noche de piedra.
        Así que dejo que el viento se adueñe del limo que infecta mis párpados
        y me quedo junto al derroche de la luz y su melena envanecida,
        elevándose en la estrechez del vagón.
        Ofrendo esta partida a las flores derrochadas.
        A la oculta corteza de los árboles,
        un día regados con sangre esclava.
        A las estatuas que nunca amaron, cinceladas a golpe de odio.
        A los mártires del dolor,
        profundamente ahogados en el verdín viscoso de las fuentes.
        A los hombres de palabra ligera y cuerpos inmortales.
        Todo queda en esta tierra,
        todo
        menos los mirlos que habitan en mí,
        y las manos
        soltando lastre antes de que los escalones se rompan
        definitivamente
        como vidrio frágil.
        Habéis perdido.
        Es menester acomodarse para este largo trayecto,
        repitiendo una y otra vez,
        los relojes tal vez han descansado y yo por fin
        advierta en esta noche
        que el calvario está en el fondo de una gran tinaja oscura.
        Voy hacia la luz,
        lentamente.
        Beso el blanco deslumbramiento de la luna.
        Un silbido rojo afila los dientes de este tren
        sin voluntad propia.
        La noche tiembla en las traviesas.
        Los últimos vagones se entregan a los túneles.
        Vacilan.
        Callan.
        Mueren.

        sábado, febrero 03, 2007

        Nocturno con gatos (Paul Delvaux)


        Creo tener alas, pero ellas no se ven.
        Nichita Stanescu.
        VI
        No hay violetas más sucias que aquellas que nacen abrazadas
        a la muerte y como alondras vestidas de falsos vientos
        mueren a lo lejos aprisionadas en el estupor de una luz
        agónica y sucia pegada a la espalda.
        Ha llegado el momento.
        La cantina nos cede su azul deshecho.
        Nos venga de la oscuridad.
        Un reino de triángulos lunares juega sobre las pequeñas cosas
        almacenadas en el punto más alto de los arcos.
        A qué salir de ellos.
        A qué mirar la semilla sobre el surco que han dejado las hojas
        en su atroz caída.
        Estaremos perdiendo acaso en sentimientos. Estaremos
        ganando espacios. Eliminando la voz mil veces sacrificada.
        La oración de la campana recorre inalterable el orden establecido.
        Sin emoción nada se distingue.
        El más lejano de los muertos reaparece y nos contempla sin apenas
        traicionar la lengua.
        El discurso del tren flota como un círculo encerrado en lava.
        mientras me abrocho uno a uno todos los silencios.
        Es Octubre.
        Los pesados mecanismos resuenan bajo una lluvia ligera
        y su empeño en arañarlo todo,
        va más lejos que nosotros.
        Un pie en el estribo no concederá más tiempo del que nos otorga
        una llave colgada del cuello
        y sin embargo se adelantan,
        sin que el otro pie lo acompañe.
        _ Fueron siempre los pies como hermanos enfermos
        cada cual sobrevive a su manera_
        Subo los peldaños lentamente como subo a la vida desdentada.
        El frío se ha instalado en la cintura
        el cansancio en el hueso.
        Recojo el corazón lleno de cirios,
        eyaculando visagras con memoria de invierno.
        Subo y cuento los minutos que llenan mi boca.

        La vida sabe a verguenza y a fracaso.