sábado, diciembre 16, 2006

Gionvani Battista Piranesi (Carceri d'invenzione)



Te mueves bajo las torres,
silenciosamente,
con el juicio de quien oye cantar su ayer
en el primer frío blanco y riguroso.

Tu pie camina y duerme y fluctúa en el color azul
de los jardines,
donde las ratas vestidas con gasas negras,
convierten en ceniza las campanas que brotan
del fondo del fuego.

Las escaleras bailan en el estrecho abrazo de las piedras.

tú,
atas la piel al foso de los inocentes
y apuntalas las manos en la fina membrana de las cornisas.

Algo vuelve del fondo de los milagros.

Una pared puede envolverte en su adormidera.

Transparente y decidida tragas el largo estertor
de una misa de difuntos.

Sobre los puentes
atrapados por un fino laberinto de oscuridad
dejas que la máscara gotee su endeble semilla.

Al fondo,
el ligero anillo del reloj ha imcumplido el pacto,
tartamudea cuando saturado de rehenes
pierde el honor y se entrega.

miércoles, diciembre 06, 2006

Silencio.



El mundo no te regala nada, créeme,
si quieres tener una vida, róbala.

Lou Andreas Salomé.


Y todo era silencio...

La tarde nos hablaba desde dentro,
los pájaros hilaban el norte de los líquenes,
recogían su propio aire fascinados,
y en él, dejaban su celeste vuelo
y se extinguían.

La tarde y su cojín de hojas secas, ciegamente,
nos cubrió al ligero azul, aún sin desvelar.

El estanque de ojos seniles, la turba, el monje,
la sombra de la vida,
amantes centenarios de rostros dolorosos,
culpables o inocentes en brazos de la muerte.

Los muros, el silencio.

Tu corazón emergiendo como un ángel.

Habían ardido los nenúfares silvestres,
las horas, la fiebre, vacías de piedras,
deshojadas en racimos de espejos.

Mi corazón nutrió el pequeño latido de los mirlos.

Entonces,
se alzaron las sombras por encima de los bosques,
y se llenaron de hebras dulces, extraños ríos,
que bajaban hasta el agua y mordían
el blanco corazón salado de los cisnes.

La soledad nos dibujó en las manos
una débil luz prohibida.

Caminamos sin pies hacia la fruta...

(Atrasa los relojes, el tiempo, la duda,
el mañana puede que no nos pertenezca).

Pero la noche abrió su muerte insomne,
nos buscó en los brazos venideros,
nos miró, triste, con su bozal de nieve,
con su nocturno mármol,
con su sonata negra abriéndonos las urnas.

Ella, como tú, va tiñendo de rojo mi cuello,
ocupa el lugar de mis manos,
el estupor de mi crepúsculo.

Ella, como yo, deja caer su luna seca
sobre el soplo de los náufragos.

¿Dónde ha quedado la siembra de las hojas?

Un humo denso sube en espiral hacia el pecho,
anhela otro ayer, un mañana de alabanzas.

Aún unida y dividida, dominando la sed que acude
perfumada en lenguas de alabrastro,
cierro mis profundos ojos
y dejo caer en el surco desnudo de la tierra
un diamante joven que germine bajo la lluvia.

sábado, diciembre 02, 2006

Isabel Muñoz (Tribu Surma, Etiopía).



Un día el mundo se quedó en silencio;
los árboles, arriba, eran hondos y majestuosos,
y nosotros sentíamos bajo nuestra piel
el movimiento de la tierra.

Antonio Gamoneda.



Si supiera mantener ese orgullo,
Estirar el dolor y mirar a la herida,
con los ojos, con la sed y la plata,
con las manos liberando el latido.

Si supiera entregar como ella
el linaje fluvial puro y manso
que habita en su rostro tatuado
de miles y miles de árboles.

Ella guarda el olor a maderas,
la inocente silueta del viento,
el calor de la miel bajo el brazo,
la riqueza de un pájaro libre.

Si pudiera mantener ese orgullo...