viernes, diciembre 30, 2005

Tiempo. (Dedicado a San Francisco)




Me hablas del tiempo y el tiempo duele.
Ese tiempo perdido, esa búsqueda tan desnuda del tiempo. La sensación de haberlo abandonado y de que nunca volveremos a recuperarlo.
El tiempo extraviado, tan vulnerable a los recuerdos y sin embargo
es en nuestras vidas tan solo un pequeño seísmo que la vida convierte
en terremotos devastadores. El tiempo que nos roban. El tiempo ajeno...

Podemos sentir el tiempo como una náusea o como una bella mariposa,
pero siempre como náufragos que avistasen islas maravillosas
pero que saben que nunca podrán llegar a ellas.

sábado, diciembre 24, 2005

Alfred Kubin. Diciembre, 24




Duermo en el mármol fecundado por la noche
duermo la noche habitada por la luna
en la vulva del día y en los peces calientes
en la seda olvidada del mar
y en la infancia de armarios y lutos.

En el pie clandestino que cruza las calles
en los puentes mendigos
en la arteria que forman las nubes
en el rostro perverso del agua
donde el tiempo devora mis pasos.

Y en las fuentes con sabor a hoja blanca.

Duermo Duermo

Terrible y extendida
sobre el increible zarpazo de la muerte.

domingo, diciembre 18, 2005

Alfred Kubin


Si dijeras;

He sabido de la lluvia y de su perdida
del ácido que almacena la luz
antes de caer en su deslumbramiento.

Si dijeras;

Sé de una forma del miedo
que se refugia en los ojos
y navega en la noche cuando ya
nada existe.



Escucharías el frío que sale de los pozos
la extensión que la muerte ha dejado en mis manos.

sábado, diciembre 17, 2005

Alfred Kubin



Llevo tanto tiempo fermentando en el tiempo
que ya nadie conoce los restos de esta casa.

El día ha comenzado con una indigestión de luz en los visillos.

Ha callado su voz
como un labio negro cargado por el peso de los buitres.

Hablemos de las llaves reventando contra las puertas
hablemos de los vientres multiformes representando su papel de piojos
hablemos de las grietas vaciadas por el padre.

El abrazo decrepito de un pantalón bombacho
abre los muslos y levanta el cuello de la herida.

Hemos entregado la cabeza a los días enguantados
a los postres carentes de sinfonía
al disparate de las gárgolas gemelas.

Ya nadie escucha con las puertas abiertas
la gran canción de las sombras.

Estoy abajo y es colosal no sentir la evolución del mundo.

Estoy con los oídos amargos en posición de alejamiento.

Una pequeña luna nos mira...

Hablemos de los señores de las sábanas
abriendo aún más la superficie lechosa de los cuerpos.

Surge el sueño de las grandes campanas
anunciando la imagen tendida en su camastro.

¿A quién le cambiarán la cena suculenta por un trozo de pan seco?

domingo, diciembre 11, 2005




Qué extraño ruido se prolonga en el tiempo.

Una calma de puertas abiertas contra el incendio de la noche.

Una lenta demolición cruje en la pupila.

Mil veces el ojo desnuda la memoria, mil veces
nos acerca a un fondo de leche ágria.

Digo agua y es sustancia de mar que palidece en las uñas.
Digo nunca y son los labios amando su flor roja.

La noche lava las horas con el paño húmedo de la muerte.

Me aseguro de que las plazas no entren por la ventana.

Voy a trepar por el árbol que bebe de los hombres,
voy a bajar por el cuello de los fusiles mientras miro la fosa abierta,
como una bienvenida en medio de un interrogante
contra el tiempo.

Parece que la luz está tranquila
parece que la noche me ama.

Pierdo mi raíz exterior
el limo por el cual el ángel toco la carne oscura.

Cualquier silencio me vale.

Cualquier ceniza que forme una hermosa palabra.



viernes, diciembre 09, 2005


¿Quién nos cubrió las horas?

Sólos, con el ángulo del sueño
en lo más hondo de los párpados.

Dos troncos en mitad de la noche
contemplando sus dedos tristes.

Dos que danzan en el busto azul del día
como danza el excremento hecho
de pequeños símbolos.











Mientras, la noche, ha pisado su nudo
y el labio nace a la sombra
de todos los sueños incompletos.

El lugar se acaricia como se acarician las ventanas
que han quedado en su enigma.
Como se acaricia la luz que perdió su permanencia.

Mi memoria se abre
con la caducidad de la mente de un niño
a punto de saltar en el polvo.

¿Dónde quedó el olor de la madera, el cuero salvaje de las horas,
el puente que nos separa de la ira?

Sueño y dejo de ser una estatua de yeso.
Escribo y dejo de ser una desconocida víctima.

Si escribo sobre el altar que cubre mis ojos,
maquillados de puta enferma, incrédula,
sin cama limpia, sin cinismo.

Si escribo, no pondré flores mientras pierdo los pies,
ni miraré las manos descomponiéndose, ni cerraré los ojos
mientras me matan.

Sílabas desmontadas en el cráneo.

Asomo como un pez encerrado en un sucio puerto.

La mesa bebe y calla,
se come la frente,
desnuda el blanco,
anochece en la mano.

Mi piel sigue fría
como el púbis de un cadáver
como el peso del tiempo donde comen los otros
sus aleluyas.

La locura, festín en las venas.
Nosotros, festejando el desconcierto.

Y ese yo parecido a un oboe sobre un montón de algas.

La respuesta nunca cicatriza.

Toda vuestra verdad para justificar la tortura.

Una anónima escalera vendimia el llanto.

Así lo exige el silencio.






martes, diciembre 06, 2005

Campo Ghetto Nuovo






Una distracción tan solo.

(Un libro, una tiniebla ocupando la calle,
una postal antigua, el sello de la lluvia
en los cristales, la noche que llega
con su sed de muerto, los violines
que dejan el pan sin confesiones).

Vivir consumiendo el dolor que se repite.

Apenas una luz que ya no reconoces.

domingo, diciembre 04, 2005

Vía de Agua


Hay en los ojos una intimidad, una sublime línea
que se esconde de pronto.

Estoy sola delante de los ojos y un viento tibio y delgado
se acerca al borde de los párpados.

Donde no late más que el corazón nace una cuna de agua.

Estoy sola, llena de violines y un temblor pequeño habla en el incienso
que mis manos queman.

Tengo un solo cuerpo un hilo de vida un siglo de memoria
la necesidad de vestirme de silencio.

También hoy la madrugada buscará sus alas de inacabados peces
golpeando el alegre empedrado de las calles.

Tengo la prisa de las rojas casullas condenadas a no alcanzar el equilibrio.

Si hablamos de verdades, diré que miente la cegadora mañana.

Las horas componen una música de dulzura grotesca.

He quedado en el agua de todos los momentos pasados
en la encerada cabeza de un futuro inexistente
en la mesa de arcilla que apenas me recuerda.

Ya conocéis mis manos

son de musgo verde sobre los tejados o remota condena en los espejos.
No llegue al final del grito y el pan se me negó en pleno vuelo.

Si miro las calles como las mira un niño dulce seré un hermoso juguete
que sostiene la lluvia.

Concluir en una celda donde nadie baila
es otra manera de ver la luz.

El último hombre puebla su negro ovillo.

El último hombre en el momento del sueño ha traicionado el encuentro.

Los ojos múltiples se separan.

Hay una intimidad, una sublime línea que se abre de pronto, sin resistencia,
desnuda en el centro de la piedra


© Lisola

Noviembre



Un muro

tres cruces incrustadas en el muro

la piedra intacta.

Las sombras organizan un orden
convincente.

Ninguno de nosotros morderá el eco
de la piedra.

Una mirada al tejido oscuro
la prohibición del sueño.



encajada en la nieve
descubres el instante del crimen.


© Lisola

sábado, diciembre 03, 2005

Venice

















Sólo yo conozco el aire que oscurece
la boca desnuda y absoluta.

La frontera imaginaria que impone
su mentira.

Ir hacia cualquier lugar donde la tierra
se recueste.

Huir del grito que visita las arenas.

Tropieza el frío en la ventana
y en mis dedos.

© Lisola

domingo, noviembre 27, 2005

La Isla de los Muertos

Porque sé que esta es mi cara y mi voz
y siento la saliva más terrible
acudo al viento
al agua
al fuego
para que la tierra purifique mi memoria.

Me acuna el tiempo bendito apoyado en las piedras
los símbolos que hibernan en las sombras
el asilo blanco y generoso de un poema inoportuno.

Soy así,
y nunca sé cerrar la noche ni el pulso
cuando en la estación de las amapolas me arrojo
a las calles donde nunca amanece.

Porque tiemblo y sé que el hombre es ceniza de hombre
voy nadando entre dos oscuridades

la que me habita en lo vivo
la que transpira en mi límite.

¿Si pudiera abandonarme a una sola exhalación?

Para la sangre en los labios no hay lógica.

Para los dedos abiertos, el lugar, el sentido,
es una mancha de lava endureciendo la nube,
una luz ramificada en el agua cuando nace
de manera súbita

sobre los ángeles caídos.


© lisola



Ghetto

















E' VIETATO
L'ABBANDONO E LO
SCARICO DEI RIFIUTI

Art. 9 DPR 915/82
Chiunque contravviene all'art. 9
sara'punito con le sanzioni
previste dalla legge




Noches. Sedimento de polvo en la piedra.

Noches ante la puerta de metal y nieve.

El ojo cerrado despierta en otro ojo
para que nunca olvide al animal inseminado
por el odio de la muerte.

Noches. Fosas de madera y sed de aire.

Cuando canta el alma ríen los mastines.

Descienden de la locura
se amontonan en el sueño de los andenes
sombra tras sombra.

La estación sábana fría...

Un minuto final está gimiendo.

Un paso corto descarrila en el humo.

Están consumiendo el tiempo
lenguas de cirujano experto.

Terribles manos enguantadas
rojas de niños ácidos.

Junto a la ventana algo oscuro
extirpa el aire
estrangula la voluntad de los callados.

Luego pasos que avivan el fuego.

Un escalofrío público golpea por encima de las chimeneas.

Se abren las esclusas.

Nunca nunca

la oración toca el cielo.

Tu cabeza se ha vuelto paja
hasta llegar a

Auswich


© Lisola


sábado, noviembre 26, 2005

Retorno ( Sobre un cuadro de Ernest Descals)




A la orilla del agua, la piedra,
es una mano que reclama
su adelgazada sombra.

Un pensamiento blanco
trepa hasta el junco sometido.

Y la luz, densa, junto a nosotros,
abre el ojo del pájaro.

También la herida de febrero
puebla el pie azul de la barca.

Reza la córnea en una leche tibia.

Volveremos a ser inalcanzables.

© Lisola

Disolución



Estoy llamando a las puertas del infierno.

No queda más que arrancar dos rosas al centro de la tierra
y descender con las palmas de las manos desteñidas.

Un centímetro por encima del amor y del suicidio
un centímetro para deshabitar los guantes y calzarse
de un movimiento ligero.

Una mueca, tan sólo una y el cielo se abrirá
arrastrando inmensas ruedas de agua sin milagros.

Allí podré ser culpable sin juicios
desperdicio de sombra
desbandada de pasiones sin drama alguno
prolongación en el negro hermoso de un mirlo.

Un león sin territorio por cada árbol que el sol incinere.

Huele a mármol virgen, a leche de ciudad santa
a cerebro de mosca intrusa detenida en el tiempo.

Anillos
ceniza.

El evangelio de la luz cargado de dudas.

He firmado el último sueño
desamparada

como una corriente de medusas
como un silencio sin madre
como un intruso perforando los bolsillos.

Un hilo descendente me aloja en el círculo.


© Lisola

viernes, noviembre 25, 2005

Ernest Descals

Flota en el agua un aire de filamentos sin dialogo
donde se puede escribir sin ropa
apenas con la punta del pensamiento.

La tentación del volver a la luz del mármol

o al pozo donde flota la neblina blanca.

Claridad en los dedos cedidos a la sombra.

© Lisola

miércoles, noviembre 23, 2005

Naufrago


Una oscuridad absolutamente silenciosa,
bruma en la boca que cubre el habla.

Tiniebla contenida, en la luz, en la bóveda,
en las rutas imposibles.

Un sombrío misterio, un viento que bate
las hojas, una instantánea, un telón descosido.

Fuera del tiempo, un cúmulo de sombras
sobrevive a las voces.

Muerde su raíz el látigo azul del cielo, los ojos
en la frontera separan su palidez de piedra.

En el fondo las formas heridas, lesionadas,
se hacen cada vez más altas.

Un ciego en una montaña de agua se hace visible.
Bajo los soportales sofocados un cuerpo llena el espacio.


© Lisola

Anochece


Así anochece en la Ciudad de Agua,
secretamente, oculta,
abrazada a su lenta cabellera,
segura de su noche.

Escucha como duerme aún la piedra,
como fluyen las calles
en el azul cobalto de sus aguas
lisas, casi inmóviles,

excitadas por la madre monja.
Luego la calma quiebra
entre las manos líquidas de los muros,
mansos y desnutridos.

Se desangra el cielo en paz,
pierde lo que al nacer fue diminuto.
Han callado los verdes escalones,
el ave hurga en la muerte.


© Lisola