domingo, noviembre 27, 2005

La Isla de los Muertos

Porque sé que esta es mi cara y mi voz
y siento la saliva más terrible
acudo al viento
al agua
al fuego
para que la tierra purifique mi memoria.

Me acuna el tiempo bendito apoyado en las piedras
los símbolos que hibernan en las sombras
el asilo blanco y generoso de un poema inoportuno.

Soy así,
y nunca sé cerrar la noche ni el pulso
cuando en la estación de las amapolas me arrojo
a las calles donde nunca amanece.

Porque tiemblo y sé que el hombre es ceniza de hombre
voy nadando entre dos oscuridades

la que me habita en lo vivo
la que transpira en mi límite.

¿Si pudiera abandonarme a una sola exhalación?

Para la sangre en los labios no hay lógica.

Para los dedos abiertos, el lugar, el sentido,
es una mancha de lava endureciendo la nube,
una luz ramificada en el agua cuando nace
de manera súbita

sobre los ángeles caídos.


© lisola



Ghetto

















E' VIETATO
L'ABBANDONO E LO
SCARICO DEI RIFIUTI

Art. 9 DPR 915/82
Chiunque contravviene all'art. 9
sara'punito con le sanzioni
previste dalla legge




Noches. Sedimento de polvo en la piedra.

Noches ante la puerta de metal y nieve.

El ojo cerrado despierta en otro ojo
para que nunca olvide al animal inseminado
por el odio de la muerte.

Noches. Fosas de madera y sed de aire.

Cuando canta el alma ríen los mastines.

Descienden de la locura
se amontonan en el sueño de los andenes
sombra tras sombra.

La estación sábana fría...

Un minuto final está gimiendo.

Un paso corto descarrila en el humo.

Están consumiendo el tiempo
lenguas de cirujano experto.

Terribles manos enguantadas
rojas de niños ácidos.

Junto a la ventana algo oscuro
extirpa el aire
estrangula la voluntad de los callados.

Luego pasos que avivan el fuego.

Un escalofrío público golpea por encima de las chimeneas.

Se abren las esclusas.

Nunca nunca

la oración toca el cielo.

Tu cabeza se ha vuelto paja
hasta llegar a

Auswich


© Lisola


sábado, noviembre 26, 2005

Retorno ( Sobre un cuadro de Ernest Descals)




A la orilla del agua, la piedra,
es una mano que reclama
su adelgazada sombra.

Un pensamiento blanco
trepa hasta el junco sometido.

Y la luz, densa, junto a nosotros,
abre el ojo del pájaro.

También la herida de febrero
puebla el pie azul de la barca.

Reza la córnea en una leche tibia.

Volveremos a ser inalcanzables.

© Lisola

Disolución



Estoy llamando a las puertas del infierno.

No queda más que arrancar dos rosas al centro de la tierra
y descender con las palmas de las manos desteñidas.

Un centímetro por encima del amor y del suicidio
un centímetro para deshabitar los guantes y calzarse
de un movimiento ligero.

Una mueca, tan sólo una y el cielo se abrirá
arrastrando inmensas ruedas de agua sin milagros.

Allí podré ser culpable sin juicios
desperdicio de sombra
desbandada de pasiones sin drama alguno
prolongación en el negro hermoso de un mirlo.

Un león sin territorio por cada árbol que el sol incinere.

Huele a mármol virgen, a leche de ciudad santa
a cerebro de mosca intrusa detenida en el tiempo.

Anillos
ceniza.

El evangelio de la luz cargado de dudas.

He firmado el último sueño
desamparada

como una corriente de medusas
como un silencio sin madre
como un intruso perforando los bolsillos.

Un hilo descendente me aloja en el círculo.


© Lisola

viernes, noviembre 25, 2005

Ernest Descals

Flota en el agua un aire de filamentos sin dialogo
donde se puede escribir sin ropa
apenas con la punta del pensamiento.

La tentación del volver a la luz del mármol

o al pozo donde flota la neblina blanca.

Claridad en los dedos cedidos a la sombra.

© Lisola

miércoles, noviembre 23, 2005

Naufrago


Una oscuridad absolutamente silenciosa,
bruma en la boca que cubre el habla.

Tiniebla contenida, en la luz, en la bóveda,
en las rutas imposibles.

Un sombrío misterio, un viento que bate
las hojas, una instantánea, un telón descosido.

Fuera del tiempo, un cúmulo de sombras
sobrevive a las voces.

Muerde su raíz el látigo azul del cielo, los ojos
en la frontera separan su palidez de piedra.

En el fondo las formas heridas, lesionadas,
se hacen cada vez más altas.

Un ciego en una montaña de agua se hace visible.
Bajo los soportales sofocados un cuerpo llena el espacio.


© Lisola

Anochece


Así anochece en la Ciudad de Agua,
secretamente, oculta,
abrazada a su lenta cabellera,
segura de su noche.

Escucha como duerme aún la piedra,
como fluyen las calles
en el azul cobalto de sus aguas
lisas, casi inmóviles,

excitadas por la madre monja.
Luego la calma quiebra
entre las manos líquidas de los muros,
mansos y desnutridos.

Se desangra el cielo en paz,
pierde lo que al nacer fue diminuto.
Han callado los verdes escalones,
el ave hurga en la muerte.


© Lisola