Todos mis sueños han corrido como el agua.
Edith Sodergran.
V
Que el tiempo nos ama y ama también el recuerdo
y hasta muerde la desnudez del rayo cuando perfora la piel
y son negros los padres de todos los que glorifican la muerte
de los que duermen encastrados en las ocultas bóvedas futuras.
Que el sol es un derecho y también el orgullo de verlo con su crespón satánico
lamiendo el más puro silencio.
Que la tierra es un inmenso leño donde se devanan madejas de incertidumbre,
mundos sin horizonte, tan viejos como las viejas plañideras,
acostumbradas a la carroña.
Yo veo las luces que cortan el lomo de las horas
y el peligroso hastío del amor
acurrucado como un gato en las rodillas.
Todo ello evoco en los minutos previos al beso prohibido.
Esclavizada en esta dolorosa conquista de libertad
arrancada a golpe de sangre.
Es otoño y es la frente alborotando el sobrio duelo de las hojas.
Menudas.
Desesperadas.
Giratorias.
Así que preparad un bosque para matar mi cuello. Un sollozo de moscas
para exhalar futuro. Un rincón donde amontonar los huesos.
Un verdugo que no vacile al levantar su brazo y un viaje
hacia las fuentes de la infancia.
Preparad las máquinas. Dejad que chorreen humo,
con el mismo orgullo con el que yo ahora
desclavo el llanto.
Miro el ojo de una paloma a través de una página muerta.
Escucho el silencio de la horca.
Las manos se han vuelto infinitas vías al encuentro de la noche.
La madrugada es una ciénaga cortando las cabezas de los locos.
Y la noche
es una jaula infatigable llena de harapos y los pies
una cruz de sangre sobre los talones de los charcos.
Hoy todas las escaleras corren desesperadamente hacia las sienes,
con la promiscuidad de quien grita crímenes a las puertas de una cárcel.
La vieja maleta entre las piernas ríe su vacío de horas,
presta su ombligo plateado al cansancio de los muslos
y la espera y la huida se hacen juramentos interminables.
Puede que al pasar la muerte la despedida sea de cobre y nos nos vea
y no nos vea...
Tendremos que ajustar nuestros horarios.