domingo, enero 28, 2007

Paul Delvaux


Todos mis sueños han corrido como el agua.
Edith Sodergran.
V
Que el tiempo nos ama y ama también el recuerdo
y hasta muerde la desnudez del rayo cuando perfora la piel
y son negros los padres de todos los que glorifican la muerte
de los que duermen encastrados en las ocultas bóvedas futuras.
Que el sol es un derecho y también el orgullo de verlo con su crespón satánico
lamiendo el más puro silencio.
Que la tierra es un inmenso leño donde se devanan madejas de incertidumbre,
mundos sin horizonte, tan viejos como las viejas plañideras,
acostumbradas a la carroña.
Yo veo las luces que cortan el lomo de las horas
y el peligroso hastío del amor
acurrucado como un gato en las rodillas.
Todo ello evoco en los minutos previos al beso prohibido.
Esclavizada en esta dolorosa conquista de libertad
arrancada a golpe de sangre.
Es otoño y es la frente alborotando el sobrio duelo de las hojas.
Menudas.
Desesperadas.
Giratorias.
Así que preparad un bosque para matar mi cuello. Un sollozo de moscas
para exhalar futuro. Un rincón donde amontonar los huesos.
Un verdugo que no vacile al levantar su brazo y un viaje
hacia las fuentes de la infancia.
Preparad las máquinas. Dejad que chorreen humo,
con el mismo orgullo con el que yo ahora
desclavo el llanto.
Miro el ojo de una paloma a través de una página muerta.
Escucho el silencio de la horca.
Las manos se han vuelto infinitas vías al encuentro de la noche.
La madrugada es una ciénaga cortando las cabezas de los locos.
Y la noche
es una jaula infatigable llena de harapos y los pies
una cruz de sangre sobre los talones de los charcos.
Hoy todas las escaleras corren desesperadamente hacia las sienes,
con la promiscuidad de quien grita crímenes a las puertas de una cárcel.
La vieja maleta entre las piernas ríe su vacío de horas,
presta su ombligo plateado al cansancio de los muslos
y la espera y la huida se hacen juramentos interminables.
Puede que al pasar la muerte la despedida sea de cobre y nos nos vea
y no nos vea...
Tendremos que ajustar nuestros horarios.

sábado, enero 20, 2007

Leda (Paul Delvaux)



No será el miedo a la locura lo que nos obligue
a bajar las banderas de la imaginación.

André Bretón.


IV


Cuantas veces se puede pensar en el vuelo de los cisnes al cabo de una vida
sin sentirnos libres, sin conocer el dolor y su escolta de aguas cenicientas
sobrenadando en el cuerpo.

El peso de la mente nos limita y cuanto hay de luz en ella,
desaparece ante el primer fósforo de nostalgia temblando en los sentidos.

La ligereza de la sangre sobre la cabecera de la cama,
dilata la sensación de oscuridad.

Estoy pensando edades retorcidas en un mundo de grandes fiebres.
Estoy detrás de la carne que aún perdura en los finados párpados.

Estoy como la espuma de cabellos blancos,
deslizándose por este mar confuso,
lleno de abrojos,
evocando guerras y palabras grisáceas sorprendentemente largas
bajo los lagos hinchados de monedas.

A lo lejos,
se anuncian los ojos de los trenes,
silban su enorme rostro.

Una espesa cabeza irrumpe entre chirridos de angustia.

Los vagones chocan unos contra otros,
han decidido matar al tiempo, seguir vivos,
mientras las fachadas comen su abandono, su fiesta de sombras.

Dejo que el cielo camine despacio sobre mi espalda.

Por las manos se escapa el humo elegante y lento del tabaco,
también algún resto ciliar de un cementerio marino.

Con el tacto transparente,
construyo adormideras de hojas para que adelanten mi viaje.

Mas vino helado para la memoria.

Mas banderas para los ojos de los muertos.

Tengo cicatrices de un solo color y sin embargo sostengo el lápiz
y escribo firme sobre el lomo de este anochecer.

Estoy aquí,
dominando el miedo, la rabia, el desconsuelo,
la nostalgia, la negrura helada de las horas.

Mordisqueando el centro inevitable de la fuga

domingo, enero 14, 2007

Mujer en su cueva (Paul Delvaux)


En el esfuerzo de nacer está el final,
en la rabia de crecer se continua.

José Saramago.


III


Incansablemente visitaré hermosos templos de palabras litúrgicas y en la sombra izquierda,
la cansada envergadura de los plomos, abrirá a la nieve su festín de loco.

Hoy tocan los relojes su extensa marcha fúnebre.

El duelo discurre entre las vestiduras de los sacerdotes
y el blanco blasfemo de las lámparas caídas.

No espero nada y lo espero todo.

El viaje ha comenzado ya y arranca ocultas fuerzas a los pies atónitos.

Alguien desde el otro lado me dijo;

tira todas las flores de plástico que tengas almacenadas
y arde...

Arde en el ojo circular de las sombras.
En los trenes últimos,
aquellos que pasan cada siglo de puntillas sobre los hierros agudos y sus esquejes de dicha
y saben del concierto en la madera y del ritmo húmedo de los árboles.

Puede que hoy en la burbuja que retorna del pecho,
el humo se disipe y las palabras dejen de serlo
para volver a ser placer en los oídos.

Reparto mis alas entre los que ya aman mi tumba.

En ella encontraréis piedras y una nube perforando el núcleo de las borrascas
y molinos de estrellas limpiando la espuma de de mi última vida,
al menos hasta que inocentes astros bajen para purgar en liquen prostituido
por la sal y la escarcha.

Y entonces,
como un ciervo asustado por el diluvio criminal,
cubriré los ojos de mirra,
escoltada por el denso olor del pan cuando sofocado
nos lubrica el alma.

Se impone un silencio metálico.

Se impone el dolor para trazar firmemente la última letra
sobre la encendida turba de las pesadillas.

Crecerán los espejos maternos,
también el luto de este lecho.

domingo, enero 07, 2007

Paul Delvaux


La resistencia se organiza en todas las mentes puras.

Tristan Tzara.



II


En los ángulos de piedra las órbitas silbantes no han nacido aún,
yacen en el sillar del sol.
con las luces sagradas ovillando el interior del cielo.

En la estación,
los caminos de hierro duermen en su estela penitente.

Las manos talladas de hijos, de plumas rígidas,
de aceras esqueléticas,
se elevan en un gas tardío que emana a través del tiempo
y sus mejillas cubren la memoria.

Porque ya sin apenas voz, el tiempo,
sigue enguantando los himnos y la emoción anciana ya no canta
en los océanos que ahora han quedado en su viudez de niña prematura.

Miro hacia las puertas del mar
y el mar,
es un caracol negro estirando su cuerpo bajo las cerraduras de los puentes.

Miro el instante de calma que surge de la espuma de las farolas.

Un silencio casi artesanal se aloja en la penumbra de la sala.

En su penumbra se cobijan los que ya no existen,
me lloran y cubren de voces nuevas,
rellenan cada hueco de mi cuerpo de espejos trágicos,
de torturas abiertas que ejecutan mis ojos
y los hacen más negros y más tinta.

No puedo deshacerme en ellos...

Los sonidos llegan cabalgando en una sola gota de plata líquida.

El mundo dialoga con mis manos,
enciende las velas que me obligan a ser plegaria a las puertas
de este templo que habita por debajo de mis aguas.

Murmuran su litúrgica mansedumbre los farolillos rojos.

No puedo volver a las estatuas,
no puedo helarme en su frío de noche al descampado.

La oscuridad me salva de los ojos.

Estoy preparada...

Yo no sé, pero es dulcísima esta espera y amargo el telón que desciende
hacia la piel bordada de anillos ancestrales.

Dadme un solo instante para entrar en la severa penumbra
dadme un solo instante para empolvar mi cerebro
en donde minúsculos pájaros se descuelgan, elegantes y verdes.

Detrás de sus menudos picos duermen extraños laberintos de lana.

Yo deshojare sus plumas enmohecidas

hoy

que mis dedos forman velas de hollín.

Yo lavaré sus horas clavadas como mariposas en el azul de los puñales,
destilando montones de harapos en la sumisa luz
que desciende de las fuentes.



Agua de luna
sobre la copa de los árboles
guíame
hacia el vaporoso silencio
comulgado.

Al fragmento único
de los minutos
extraídos
de este cielo líquido
expulsado de las llamas.

jueves, enero 04, 2007

El esqueleto y su concha (Paul Delvaux)


¡Reloj! Dios siniestro, horroroso, impasible...

Charles Baudelaire.


I


Noche. Caballos vivos.

Así me he despertado
como fibra de luz en un país de agua
lanzando hacia la inmensidad raíces como grullas suicidas,
memorias que estallan hacia fuera.

Así,
con la noche puesta aún sobre los miembros verticales,
a la espera del grito que se adelante a la piel
diluida en el polvo de la noche.

Sin apenas fortaleza abandono esta casa de vientre yerto,
con el sonido de los grandes robles rebosando a la entrada de la boca,
con el tiempo en la yema de los dedos a punto de escaparse,
extendiendo el dolor embotado en los muros.

En este proceso blanco de cerrar la puerta,
ya no siento el ronco trillar de los sueños,

sólo

la matriz del silencio que como una esponja,
me absorbe hacia un hambriento destino.

Un diluvio de látigos y huesos se acerca a la corriente
masticada de las calles.

Me dispongo a devorarme...

esta casa ya no es mi aliada,
mi manera de amar se confunde con la desesperación de un mal trago de vino
que afila el deseo de amplitud, que busca el atajo,
que pudre el silencio y sustrae de la tierra su duelo de nombres.

Los perros bajo la tierra tienen grabada en la piel un reloj insolente.

Frente a la noche,
los más nobles propósitos se hacen enanos deformes.

Cesa el aire,
lo que queda es un salario de pobres, de viejos forcejeando contra la muerte.

El enemigo resbala, yace en el suelo, besa mi frente, ahoga mi grito,
evita mis ojos, evita la nieve.

Un exvoto en lo más alto del muro, mañana,

Ahora,
La forma de un labio depredador se anuncian en el alero del altavoz,
convirtiendo en gelatina la nieve musculosa.

Por el aire,
una gran bola de cartón espera el paso de mis pasos,
ciegos,
eclipsados,
como un libro de estrofas gastadas en el lenguaje de las mesas.

Soy más niña pero más vieja entre los edificios de los cuervos.

Soy el cáliz que un día bebió la voluntad para que nunca
me abandonasen los pulmones.

Yo guardo en ellos el caoba del último grito y el honor de la copa vacía,
abandonada como un cuento de niños en la guarida de la lengua.

Este lugar se precipita hacia el olvido.

La vida que amé evapora sus pieles
en secaderos de sal a merced del viento.

El sueño y mi cuerpo se acostumbran al destierro.

He modelado un río entre las hojas tempranas de la sed.

Un espasmo recorre esta largueza apoyada en el bastón crepuscular,
en él, los minutos arquitectos de la muerte,
devoran el espacio donde se hunden mis pechos.

¿Cuándo llegará la luz que nace perfumada?

Nada sabe el tiempo

sólo

ordenar el equipaje,
lamer el borde del ayer
nutrido por la quietud del barro.

lunes, enero 01, 2007



Entre las aguas del Palacio da Pena,
una palabra, el aire, un signo,
una silueta ajena a la tierra,
el purgatorio de los cisnes ligeros,
una mujer de espaldas y a oscuras
en su caja de resonancia.